Un día de mayo de 2010, sin más preámbulos, algo desconcertado y a la vez con una gran ilusión, decidí poner mi vida y pensamiento rumbo a Ámsterdam. Dos semanas después estaba allí; una beca del COAM para los arquitectos más jóvenes me sirvió como trampolín de sueños.

Un entrañable iraquí me dió cobijo en una curiosa vivienda, típica del paisaje urbano amsterdaniano. Esa imagen que todos tenemos en alguna parte de nuestra memoria y que siempre nos gustaría rescatar.

Mi habitación era acristalada, en esquina, a modo de teatro, solo una leve cortina beige, rasgada y antigua, tapaba tímidamente y contadas veces mi escenografía personal.

A las 8:30 sonaba mi despertador particular, montones de niños entraban a una guardería de estrambóticos colores situada justo enfrente, sumidos en la ingenua felicidad de su día a día. Minutos más tarde un plato repleto de pancakes cubiertos de nata y caramelo, besados por un zumo y un  manchado de café, hacían los honores para ser devorados e insuflarme esa dosis de energía que necesitaba para empezar el día. 

Entre bicis.

A las 9:15, yo y mi vintage bólido gris, compañero de viajes, nos deslizábamos entre una amalgama de frío, canales, barcos, puentes levadizos, niños que te saludaban desde el interior de un mini vagón de madera tirados por su padre… camino del estudio en el que trabajaba. Éste era una especie de  gran balsa encallada en el gran río que divide Amsterdam en dos, donde tantas veces, entre sección y maqueta o render y boceto, hemos visto grandes ferrys y barcos crucero pasar. Nuestro edificio era un gran botellero multicultural lleno de oficinas de diseño, moda, prensa, estudios de fotografía, pintura, arquitectura, un mundo lleno de sorpresas.

Edificio balsa. Estudio de Information Based Architecture. Amsterdam.

Desde las 9:30 y hasta las 18:00 de la tarde, un grupo de jóvenes arquitectos europeos activaban su especial coctelera de ideas, bocetos, secciones, utopías, maquetas, renders… buscando su cristalización en “algo” todavía impredecible. Algunas veces a las 14:00, otras a las 15:00, nos dirigíamos al supermercado más próximo provistos, como no, de nuestras bicicletas. Sandwiches, ensaladas, dulces y fruta componían nuestro  menú diario con el que llegábamos al parque  para ser desplegado a modo de pic-nic.

A las 18:30 nuestros candados se desataban al unísono fervor de lo que se nos avecinaba: !ocio!. Algunas veces colonizábamos lugares aún por descubrir, otras, unas cervezas seguidas de un partido de fútbol-tenis en uno de los numerosos mantos verdes que poblaban la ciudad, eran suficiente motivo para pasarlo bien.

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Pic-Nic.

A las 20:00, con la ciudad inmersa en un ambiente lúgubre, como de cuento, que hasta el propio Tim Burton querría incorporar a la mejor de sus escenas, me disponía a regresar. El silencio y el pequeño rechinar de los cables de los tranvías denotaban un ambiente de paz, de resguardo, de cena, de día que llega a su fin.

Una vez en casa, con gran ímpetu y fuerza  me colocaba mis deportivas, pantalones, radio y en ciertas ocasiones un buen chubasquero, para salir a correr entre las siempre curiosas calles que conformaban mi barrio. El olor a húmedo, el sonido de mis pies sobre el pavimento, la calmada agua de los canales, ventanas llenas de imágenes familiares frente al televisor así como la cara atónita de la gran cantidad de turcos que inundaban los bajos de los bloques de vivienda, me observaban sin perder un ápice de lo que me ocurría, componían una de esas escenas que raramente se olvidan.

A las 21:30 me dirigía con alegría a nuestra cocina-comedor común, sumido en la incertidumbre de qué plato cocinado por mi compañero podría encontrar. Un inquietante olor salía de los fogones de gas pidiendo a gritos poder deleitarlo.

A las 22:30 y tras saborear un manjar de alimentos inexplorados caminaba hacia mi cama con ánimo de descansar. Mis ojos poco a poco se cerraban, las siluetas que se vislumbraban a través de mis cortinas se diluían, el ambiente de calma se imponía, un día más, mi apasionante aventura hacía una pausa dejando paso al sueño…

Comiendo fresas.

 

¡¡MAÑANA MÁS!! > «VIERNES: VERÓNICA ROSERO  Y EL PROXIMO LUNES PARA TERMINAR ESTA 1ª TEMPORADA Y COMO TERCER AVANCE DE LA PROXIMA MICHAEL MORADIELLOS»

 

IN TREATMENT - METALOCUS.

DIRECTOR: JOSÉ JUAN BARBA. COORDINATION: INÉS LALUETA. ORGANIZACIÓN: INÉS LALUETA, PEDRO NAVARRO. VERSIÓN INGLÉS: KAREN SIMPSON. INVITADOS 1ª SESIÓN: JOSÉ JUAN BARBA, MARINA DIEZ-CASCÓN, SERGIO DIEZ-CASCÓN SOLER, LARA FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, CARLOS GERHARD PI-SUÑER, MONTSE PLA GARCÍA-CASTANY, XAVIER NICOLAU CUYÀS, FERNANDO RIAL PONCE, VERÓNICA ROSERO.

Francisco Peláez Marín (Ciudad Real, 1984). Es Arquitecto  por la ETSAG desde Junio de 2009. Le encanta practicar deporte y viajar. Ha participado en proyectos de diversa índole obteniendo premios en varios concursos nacionales e internacionales. Ha colaborado con Ángel Verdasco Arquitectos, G y P en 2008 , Information Based Architecture en Holanda en 2010, para posteriormente trabajar con José Juan Barba Arquitectos_Metalocus (2011).

Ha sido profesor ayudante en la ETSAM en 2012 en la Unidad Docente MAROTO (Javier Maroto, Álvaro Soto, Luis Diaz Mauriño, Pedro Feduchi y Silvia Canosa) durante la realización del MPAA( Máster de Proyectos Arquitectónicos Avanzados). Ha particado en workshops como R-ACTIVA (Madrid) y junto Enrique Walker y sus alumnos de la Universidad de Columbia (París).

Ha comenzado su doctorado.

Un futuro aún por descubrir que se dibuja y desdibuja continuamente.

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