Ambrosi Etchegaray idearon un vivero para el cuidado y reproducción del Guayacán. Un proyecto en el que el objetivo del arquitecto se centra en aunar todas la expresiones que nos ofrece la naturaleza invitando al usuario a percibir de una manera distinta los árboles.
Para ello crearon una excavación en la que generaron recorridos por debajo del nivel de la tierra, comenzando por un espacio en sombra que encuadra el acceso invitando a los usuarios a acceder posteriormente al área de los cultivos.
Descripción del proyecto por Damían Comas
Toca un árbol de noche. ¿Qué te ha dicho? Ahora, coloca una oreja sobre su tronco. ¿Qué escuchas? Después, haz lo mismo a la mañana, en época de lluvias, y en los meses consecuentes, durante la sequía. ¿Qué es lo distinto cada vez? ¿No es obvio que todo es cambio, que todos debemos transitar entre calor y frío, entre agua y sed, entre presencias y vacíos, entre vida y muerte?
De esos principios y oposiciones nació la arquitectura wabi-sabi del Vivero Guayacán. Una obra como expresión de la materia y el espacio mismo, donde la arquitectura, desarrollada por la oficina Ambrosi Etchegaray, concibió un vivero que en su tránsito por el espacio y el tiempo se beneficiará de su deterioro o la asimilación del paisaje, naturaleza, principio de todas las cosas; y que con en el uso mínimo de materiales encontró la máxima expresión para presentar y cuidar del “Guaiacum Sanctum L. Zygophyllaceae”. Un árbol endémico, conocido comúnmente como “Guayacán”, incluido dentro de la lista de especies en riesgo de la SEMARNAT.
Con la finalidad de proteger a dicha especie, Casa Wabi, a través de una Unidad de Manejo Ambiental (UMA), decidió crear un vivero para el cuidado y reproducción del Guayacán. Un proyecto en el que, desde su inicio, sus autores comprendieron que el arquitecto sería solo un medio para las expresiones que la naturaleza ofrece y concibieron un novedoso vivero que invita al usuario y a los visitantes a adentrarse en el suelo y generar recorridos por debajo del nivel de la tierra, para relacionarse con mucha más cercanía a los árboles y percibir la temperatura, la humedad del ambiente, el fluir del viento y la relación entre la especie y el agua del subsuelo.
A través de una belleza imperfecta y elegante por su austeridad, el vivero inicia con una gran sombra que funciona como el umbral de acceso y a su vez, genera un espacio de estar para los trabajadores y los visitantes; donde el sol, el agua y el viento se hacen evidentes y nos invitan a observar al Guayacán en cercanía, a conocerlo o reconocerlo, en un ambiente que expresa profundidad, emociones, inteligencia y misticismo. Para después, caminar hacia los cultivos de los árboles que suceden en una secuencia de mesas de trabajo y que se formaron como resultado de la excavación del terreno. Mediante ese desnivel, donde la ética va desde del cuidado del medio ambiente hasta el respeto a quien lo trabaja, las personas encargadas de las plantas reducen significativamente el esfuerzo físico, durante la limpieza y cuidado de los nuevos árboles, al tener mesas de trabajo y no verse obligados a trabajar en el suelo.
El vivero Guayacán es indudablemente una obra de arquitectura contemporánea, que se compromete con una estética, el entorno, el paso del tiempo y el cuidado de nuestra tierra.