Teniendo en consideración la extensa trayectoria del edificio y toda su evolución, los arquitectos de Pemán y Franco junto a Sebastián Arquitectos, optaron por una intervención extremadamente cuidadosa que permitiese la puesta en valor de los restos existentes y recuperase la esencia de aquello que, etimológicamente, da sentido al monasterio, al claustro y a las naves. El antiguo esqueleto no se trata como un resto arqueológico, y la intervención evita la creación de un falso histórico, concibiendo la propuesta como un contexto material sano en el que la construcción tuviera un sentido didáctico, diferenciado, expresivo y potenciara la capacidad de evocar espacialmente la arquitectura original.
Atendiendo a las necesidades de un programa contemporáneo e implementando tecnologías adecuadas, la intervención en la nave de dormitorios acondicionó las naves este y norte del monasterio para generar un espacio expositivo que facilitase la presentación, con dignidad, de los bienes devueltos a Sijena. Sin alterar el espacio medieval, lo antiguo y lo nuevo se integran de forma armoniosa. Por medio de la creación de estos nuevos espacios, con atmósfera serena y con una cierta resonancia monacal, la rehabilitación no niega ninguna de sus etapas constructivas y muestra su resiliencia para ser parte de nuestra contemporaneidad.

Intervención en el Real Monasterio de Santa Maria de Sijena por Pemán y Franco + Sebastián Arquitectos. Fotografía por Iñaki Bergera.
Descripción del proyecto por Sebastián Arquitectos + Pemán y Franco
El Real Monasterio de Santa María de Sijena se funda en 1188, adoptando una tipología de planta cuadrada, con iglesia de cabecera plana, naves con arcos perpiaños y cubierta a dos aguas hasta las pandas del claustro. En el S.XIII la iglesia se dotó de una cabecera de tres ábsides y un transepto incorporando una capilla sanjuanista como panteón real y una torre de señales como campanario. En el S.XIV se levantó una segunda planta y se permitió que las monjas tuvieran espacios privativos que acabaron configurando un conjunto caótico de construcciones.
En 1923 se declaró Monumento Nacional y se iniciaron las restauraciones para liberar la iglesia y los ábsides de construcciones impropias, pero todo se detuvo en 1936 y el incendio que dejo desprotegidas las pinturas románicas de la sala capitular, lo que dio pie a José Gudiol para extraerlas en condiciones muy precarias. En 1955 Fernando Chueca se propuso recuperar el monasterio en su unidad estilística e intervino en la iglesia y el refectorio, desescombró las naves y reconstruyó la panda sur apeando los arcos originales con otros de ladrillo de menor dimensión.
Al inicio del S.XXI el monasterio presentaba un estado desigual. Salvo la iglesia, el refectorio y la panda sur, el resto seguía en ruina. El incendio y el abandono habían reducido la arquitectura a lo más esencial, los arcos mostraban su riguroso orden, la desnudez de la arquitectura descubría su construcción y en los muros se detectaban huellas que explicaban el devenir del monasterio. Aquel esqueleto no podía tratarse como un resto arqueológico porque ya se habían recuperado partes del monasterio, tampoco era factible volver al tipo fundacional porque suponía obviar toda su evolución, ni se podía recomponer la segunda planta porque no había datos. Se trataba de recuperar la presencia de aquello que da sentido al tipo monástico, el claustro y las naves, evitando el falso histórico y propiciando un contexto material sano en el que la construcción tuviera un sentido didáctico y expresivo y se potenciara la capacidad para evocar de aquella arquitectura.
El monasterio se asienta sobre un remanso de agua subterránea, de manera que las humedades y la arenización de la piedra han sido recurrentes. Nuestra intervención se inicia el año 2002 afrontando esta patología con un drenaje profundo por gravedad, opuesto al frente de ataque de la corriente, que conduce el agua hasta una cota inferior del freático.
Al mismo tiempo, se techaron las naves este y norte con un alfarje de madera y una cubierta plana que indica que la arquitectura se interrumpe allí donde nos resulta desconocida, y se repararon los muros haciendo que las lagunas del zócalo las dibuje el ladrillo que protege el tapial y, si había desaparecido el tapial, que el hueco lo ocupe otro de hormigón en masa, bastardo y ejecutado por cajas, y que el recrecido del S.XIV se identifique mediante un mortero zarpeado de cal.
En el lado norte, se recuperó su entidad espacial levantando muros de tapial de hormigón sobre el zócalo de piedra, marcando así una diacronía que se expresa sin dramatismo. Más tarde, se recuperó la panda este del claustro siguiendo la pauta de su zócalo, con la arcada como volumen capaz de ladrillo y la cubierta con largueros con la inclinación de la cubierta del S.XII para mostrar las huellas de valor documental y resolver la transición entre los tramos existentes. También se ha intervenido en la capilla barroca de la Inmaculada, recuperando la luz cenital y aquellos elementos que dibujan las proporciones que le dan su esbeltez, así como el acabado original de yeso monocromo de la cúpula. Las últimas actuaciones, finalizadas el año pasado, han consistido en recuperar el pavimento de piedra de la panda este del claustro, conservando el solado y los canales de drenaje históricos.
La intervención en la nave de dormitorios se ha realizado con el propósito de acondicionar las naves este y norte del monasterio para poder exponer en su interior con dignidad los bienes retornados a Sijena, atendiendo a que la tecnología exigida para este fin no alterara el espacio medieval, y buscando la creación de un espacio de atmósfera serena y con una cierta resonancia monacal. Se ha planteado siguiendo tres líneas de actuación complementarias. En primer lugar, la restauración general de la estructura preexistente de arcos perpiaños y muros de piedra y tapial, en la que las reintegraciones se suman al lenguaje evolutivo del monumento. Con un criterio didáctico y expresivo muestran la estructura a dos aguas de la fase del monasterio románico y sugieren, mediante un alfarje de madera, la existencia de un nivel superior que marcó históricamente la transformación y el crecimiento vertical complejo del conjunto con construcciones que buscaban huir de la gran humedad del nivel de suelo.
En segundo lugar, se ha extendido una alfombra cerámica en la que tendrá lugar la intervención contemporánea propiamente dicha. Su sección en vaso permite alojar de forma oculta el paso de las instalaciones a la vez que protege del ascenso del nivel freático. Y en tercer lugar se plantean una serie de elementos que completan los servicios necesarios para su uso como sala expositiva, tanto los servicios utilitarios como las propias vitrinas expositivas. El recorrido museográfico evoca la organización de las antiguas celdas, ubicando las vitrinas de forma transversal conforme a los ritmos pautados de la estructura, y adquiriendo un tamaño adecuado y respetuoso con la escala de la propia nave. La integración de estas dos últimas capas se realiza de forma discreta, entonada, y armónica, con reminiscencias en clave contemporánea a los elementos propios del monasterio recogidos en las estampas y fotografías históricas, como las celosías, los bancos y muebles, manifestando un cierto carácter de reversibilidad mediante el uso sincero de materiales sencillos y austeros, pero trabajados y presentados de forma digna.
La sala de instalaciones y los equipos de clima se han colocado en un espacio vacío fuera de las naves, dentro de un sencillo prisma de ladrillo y cubierta plana de grava, y los conductos y cableados discurren en las naves por una cámara situada bajo el suelo que se separa de los muros para sanearlos mejor y resolver su encuentro con el perímetro. Los servicios mínimos necesarios se han colocado en un «mueble» que, además, solventa una entrada situada a una cota más alta, y la difusión del aire y las conexiones eléctricas de las vitrinas se resuelven desde un banco corrido de madera. El pavimento utilizado es de piezas cerámicas triangulares colocadas en diagonal, y el espacio se ha cerrado con una cristalera o vitral que ocupa toda la sección de la nave para mantener la característica continuidad de este espacio prolongando la vista hasta el foco luminoso del patio final.
Creemos que lo antiguo y lo nuevo se reconocen de modo natural, sin que el acabado final se imponga a la carga documental y expresiva de los muros, y que el espacio conserva el eco de lo monástico sin tener que recomponer ninguna de sus etapas constructivas. Se puede decir que no es el monasterio de una época anterior, es el monasterio que ha llegado a ser en nuestro tiempo, como siempre ha sido, pero el actual atiende a sus valores y resonancias, ya sean condiciones propias del monasterio fundacional como adquiridas a lo largo del tiempo.