Estas conversaciones venían llenas de preguntas que nunca nos habíamos hecho o de soporte a ideas que si bien habíamos tenido, no creíamos en ellas, pues nos hacia falta una mirada caleidoscópica y amplia de alguien que, como Andrés, les diese valor y nos animara a profundizar en ellas.
Para muchos de nosotros, una generación educada a principios de los años 90, lejos de cualquier centro de pensamiento, y donde ya en la arquitectura, después de unos años de excesos formales y decorativos, no quedaba mucho en que creer o hacia donde mirar, las visitas y el contacto con Andrés fue una de esas luces que nos mostró e iluminó un camino a seguir, y qué gracias a su generosidad y compromiso, rápidamente nos permitió también construir nuestro propio posicionamiento, que aun hoy nos ha permitido llegar a lugares inesperados a enseñar y a aprender, así como a trabajar en proyectos con ideas sólidas y principios firmes.
Textos, visitas a edificios propios y ajenos, clases, conferencias y conversaciones han sido los medios usuales de intercambio con Andrés, tanto en España como en Colombia, pero también una que otra nota, la infaltable tarjeta de navidad y correos electrónicos intercambiando libros propios o textos de otros, han alimentado esa conversación a lo largo de los años.
Edificio Fontán por Andrés Perea, Elena Suárez, Rafael Torrelo. Fotografía por Ana Amado.
Pero quizás, el recuerdo más impactante que atesoro con muchísimo afecto y como algo transformador en el ámbito académico fue el encuentro de escuelas y pedagogía al que asistimos en Madrid en el otoño del 2008 durante dos días, y que, un par de años más tarde replicamos de la mano de Andrés en Medellín en el marco de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura en el 2010. La intensidad de los debates, la constante pregunta de «¿cómo se enseña la arquitectura y para qué?» siguen estando presente en nuestra vida académica.
Durante esos días aprendimos a dudar de la linealidad de nuestros procesos mentales y nuestro proceder proyectual, pues aprendimos a cuestionarnos y revisar porqué queríamos simplemente repetir lo aprendido, cuando podíamos no sólo transmitirlo sino expandirlo y cuestionarlo, para así poder dar forma a otras miradas, enlazadas a autores fascinantes y construir nuestra propia voz.
De la mano de los encuentros, también venía un bono extra, pues más allá del escenario académico sucedían actividades obligatorias, salir a cenar o a comer, y con esto, a través de Andrés, hicimos nuevos amigos y otras puertas y conversaciones adquirieron forma. Sí la arquitectura es el diseño de relaciones en el espacio, tal como nos gusta creerlo y hacerlo, no podemos negar que el rol de personas como Andrés ha sido ser precisamente esa acción que dicha definición de arquitectura propone: Andrés nos ha permitido relacionarnos en el espacio, bien sea este académico, profesional o disciplinar pero como toda buena arquitectura o como gran erudito generoso y justo que es, ha sabido darnos un espacio propio en relación a un mundo amplio, más allá de sus propias fronteras o las nuestras, y que en muchos de nosotros ha estado presente, indeleble e inolvidable como acción.
Sin duda el agradecimiento con Andrés será siempre infinito, pues este diseñador de relaciones en el tiempo y el espacio, también diseñó una parte de las nuestras, aquella que nos permite constantemente aprender a aprender y que como cualquier buen amigo nos muestra que somos lo que hacemos, y que al este principio ser indivisible, gracias a la amistad con Andrés también hemos sido mejores personas.
Para muchos de nosotros, una generación educada a principios de los años 90, lejos de cualquier centro de pensamiento, y donde ya en la arquitectura, después de unos años de excesos formales y decorativos, no quedaba mucho en que creer o hacia donde mirar, las visitas y el contacto con Andrés fue una de esas luces que nos mostró e iluminó un camino a seguir, y qué gracias a su generosidad y compromiso, rápidamente nos permitió también construir nuestro propio posicionamiento, que aun hoy nos ha permitido llegar a lugares inesperados a enseñar y a aprender, así como a trabajar en proyectos con ideas sólidas y principios firmes.
Textos, visitas a edificios propios y ajenos, clases, conferencias y conversaciones han sido los medios usuales de intercambio con Andrés, tanto en España como en Colombia, pero también una que otra nota, la infaltable tarjeta de navidad y correos electrónicos intercambiando libros propios o textos de otros, han alimentado esa conversación a lo largo de los años.
Edificio Fontán por Andrés Perea, Elena Suárez, Rafael Torrelo. Fotografía por Ana Amado.
Pero quizás, el recuerdo más impactante que atesoro con muchísimo afecto y como algo transformador en el ámbito académico fue el encuentro de escuelas y pedagogía al que asistimos en Madrid en el otoño del 2008 durante dos días, y que, un par de años más tarde replicamos de la mano de Andrés en Medellín en el marco de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura en el 2010. La intensidad de los debates, la constante pregunta de «¿cómo se enseña la arquitectura y para qué?» siguen estando presente en nuestra vida académica.
Durante esos días aprendimos a dudar de la linealidad de nuestros procesos mentales y nuestro proceder proyectual, pues aprendimos a cuestionarnos y revisar porqué queríamos simplemente repetir lo aprendido, cuando podíamos no sólo transmitirlo sino expandirlo y cuestionarlo, para así poder dar forma a otras miradas, enlazadas a autores fascinantes y construir nuestra propia voz.
De la mano de los encuentros, también venía un bono extra, pues más allá del escenario académico sucedían actividades obligatorias, salir a cenar o a comer, y con esto, a través de Andrés, hicimos nuevos amigos y otras puertas y conversaciones adquirieron forma. Sí la arquitectura es el diseño de relaciones en el espacio, tal como nos gusta creerlo y hacerlo, no podemos negar que el rol de personas como Andrés ha sido ser precisamente esa acción que dicha definición de arquitectura propone: Andrés nos ha permitido relacionarnos en el espacio, bien sea este académico, profesional o disciplinar pero como toda buena arquitectura o como gran erudito generoso y justo que es, ha sabido darnos un espacio propio en relación a un mundo amplio, más allá de sus propias fronteras o las nuestras, y que en muchos de nosotros ha estado presente, indeleble e inolvidable como acción.
Sin duda el agradecimiento con Andrés será siempre infinito, pues este diseñador de relaciones en el tiempo y el espacio, también diseñó una parte de las nuestras, aquella que nos permite constantemente aprender a aprender y que como cualquier buen amigo nos muestra que somos lo que hacemos, y que al este principio ser indivisible, gracias a la amistad con Andrés también hemos sido mejores personas.
Texto por Camilo Restrepo.