
La propuesta planteada por Agustín Lozada se sitúa en la ladera de una loma creada para nivelar la calle, lo que le permite desaparecer parcialmente desde la calle, posición que determina la configuración de la fachada principal. El programa de la vivienda organiza su planta en torno a un patio central que articula los espacios domésticos, proponiendo una arquitectura silenciosa, atenta y comprometida con su entorno.
El volumen de la vivienda se ha construido en hormigón armado visto, con una interesante composición geométrica, que le permite integrarse en la topografía del terreno.

Casa Clausura por Agustín Lozada. Fotografía por Federico Cairoli.
Descripción del proyecto por Agustín Lozada
La Casa Clausura es una vivienda unifamiliar de 290 m² ubicada en Mendiolaza, Córdoba. Se sitúa en una urbanización reciente, similar a tantas otras que proliferan en el Gran Córdoba. En estos nuevos barrios comienzan a consolidarse ciertos gestos arquitectónicos repetitivos, fórmulas que tienden a homogeneizar un paisaje originalmente singular, pero que, paradójicamente, producen lo contrario: una homogénea ausencia de sentido. Frente a ese panorama, esta casa ensaya una respuesta —quizá una resistencia— proponiendo otra lógica.
Lo que más llama la atención en estas generalidades —que, como toda generalización, afortunadamente admite excepciones— es el modo en que la arquitectura suele imponerse sobre el terreno. En lugar de integrarse con las pendientes y ondulaciones del sitio, muchas veces se las resiste o directamente se las borra, en un intento por allanar lo natural. También es común observar edificaciones que se elevan por encima del entorno, no por una necesidad técnica o programática, sino como una forma de destacarse, casi como un acto de vanidad. El resultado: viviendas que niegan el paisaje, apropiándoselo de manera excluyente y quedando, a menudo, desproporcionadas respecto del terreno que las sustenta.

Otro gesto habitual es el protagonismo conferido al automóvil. Las fachadas, muchas veces, están dominadas por cocheras abiertas y un paisaje vehicular desordenado, cada vez más ajeno a toda reflexión arquitectónica.
Pero quizá lo más inquietante sea la falta de intimidad: la ausencia de espacios pensados para la introspección y el resguardo. Ese fue, precisamente, el punto de partida de la Casa Clausura. En lugar de imponerse, esta casa elige arraigarse. Se implanta sobre la parte más plana del terreno y permite que una loma —producto del movimiento de suelo al nivelar la calle— configure su fachada. Desde la calle, la construcción parece esconderse. Algunos la llaman «la casa enterrada», pero no lo es: no se entierra, simplemente respeta el nivel natural del suelo y evita la tentación de multiplicarse en altura para destacarse del entorno. La casa no busca protagonismo: lo cede. Por eso la cubierta es visible desde la vereda, lo que permite, además, preservar la visual abierta hacia los árboles del campo y las montañas que enmarcan la urbanización.

Aunque estas vistas son valiosas, el interior no se orienta hacia ellas. Están al oeste, y esa orientación —en Córdoba— resulta difícil de habitar: el sol encandila y agobia por las tardes. Por eso, la casa se abre hacia el noreste, buscando luz amable, sombra oportuna y una mejor calidad ambiental. Sin embargo, en este tipo de urbanizaciones, abrirse lateralmente implica sacrificar privacidad. Esa tensión dio origen a un espacio central: un patio íntimo, contenido, hacia el que se vuelca la vida doméstica. Un espacio contenido que permita habitar el afuera con resguardo. El patio, con su pileta, se convierte en el corazón de la vivienda. A él se expanden los espacios interiores, y en torno a él se organiza todo el programa, como en las antiguas casas de campo. El centro es un vacío.
También la cochera participa de esta lógica. En una decisión poco habitual, se ubica al fondo del lote, en lugar de ocupar el frente. El programa se invierte: los ingresos vehiculares rodean la casa por los laterales, acompañando su perímetro. Esta forma de circular obligó a suavizar las aristas del volumen original, permitiendo el giro de los vehículos y otorgando fluidez a la masa construida. Así se definió el volumen de hormigón armado: sólido, pesado, pero con una geometría que se adapta, que se dobla, que se ancla con firmeza y naturalidad en el terreno. Esta reflexión no pretende ser una crítica cerrada a las estrategias con que se resuelven muchas viviendas contemporáneas. Más bien, busca expresar una inquietud: una preocupación genuina por la manera en que construimos nuestros paisajes, y cómo estos terminan modelando nuestras formas de habitar. La Casa Clausura no intenta erigirse como modelo, sino ensayar una posibilidad distinta: una arquitectura que se relacione con el lugar, que elija retirarse antes que exhibirse, que valore la intimidad por sobre la exposición. Tal vez ahí —en ese gesto más silencioso— pueda encontrarse otra forma de pertenecer.