Chimenea como elemento central. Proyecto focus por Ingrid Maria Buron de Preser
06/09/2021.
[Friburgo] Alemania
metalocus, MICHELLE ÁLVAREZ
metalocus, MICHELLE ÁLVAREZ
Descripción del proyecto por Ingrid Maria Buron de Preser
La campana lleva varios años en silencio y ya no se celebra ninguna misa en la iglesia, pero la torre todavía sigue allí. Con su estructura, cual mole, casi fortificada y a la vez elegante y limpia, sigue elevándose hacia cielos lejanos. En desuso, el campanario, alberga tan solo unas aves. Pero el recuerdo es fuerte y perdura en el tiempo.
«Pasa, por favor», nos invitan. En la entrada de lo que era el campanario de la antigua Iglesia de Santa Isabel, en el Barrio Zähringen de Friburgo de Brisgovia (Alemania), está Ingrid Maria Buron de Preser, la promotora, aparejadora y quien ha desarrollado el proyecto. De hecho, esta arquitecta de cine, diseñadora y ‘hada valiente’ le dio una nueva vida a la torre de la iglesia abandonada, gracias al toque de su varita mágica.
Una iglesia ‘brutalmente’ honesta
«Al ver la torre me enamoré de ella», declara Ingrid Buron. Fue en 2014 cuando la descubrió, concretamente en la calle Offenburger de Friburgo. Los trabajos de preparación del proyecto tardaron dos años, así, la planificación concretamente se inició en el año 2016 y las obras aún comenzarían dos años después, en 2018. Rainer Disse, uno de los mayores arquitectos de iglesias del suroeste de la Alemania de la posguerra, es el autor de la construcción de la Iglesia de Santa Isabel y de su torre.
Este antiguo alumno de Egon Eiermann construyó la iglesia entre 1962 y 1965 al más puro estilo brutalista, un estilo a menudo incomprendido, pero que se hizo frecuente en todo el mundo desde principios de la década de 1960, especialmente en edificios públicos. Sus representantes eran arquitectos que estaban influenciados por la guerra, a menudo, por las dos guerras mundiales. Con sus edificios de hormigón en bruto sin revestimiento, intentaron introducir diseños modernos, audaces y depurados en unas ciudades devastadas por la guerra. Así pues, estos arquitectos se alzaron contra la reconstrucción urbana, tal como se la imaginaba la pequeña burguesía que idealizaba la historia mediante el estilo kitsch. Los nuevos edificios debían mostrar un carácter extremadamente pragmático, social y democrático. En el fondo, la arquitectura brutalista era un proyecto político. Su nombre, por cierto, no tiene nada que ver con la «brutalidad», sino que procede del término francés ‘béton brut’ (hormigón bruto), un material de construcción en bruto, sin recubrimiento.
El brutalismo fue visto como una evolución de la herencia de la Escuela de la Bauhaus. Fue en 1919, después de una guerra mundial deshumanizada, cuando se fundó la Staatliche Bauhaus, en Weimar. El primer director de esta escuela de arquitectura y artes aplicadas, Walter Gropius, quería formar un «nuevo hombre» para una «nueva sociedad». Un medio importante para lograr este objetivo fue la «construcción del futuro» como una obra total de «arte honesto» que se libera de la sobrecarga simbólica de los estilos arquitectónicos anteriores. Treinta años más tarde esta concepción no fue lo suficientemente honesta a los ojos de los brutalistas. El modernismo había liberado la construcción de la ornamentación con fachadas de revoco blanco alisando la apariencia de todas las cosas. El brutalismo también definió el revoco y la pintura como decoración.
Hay que evitar el efecto bloque
Este es un motivo narrativo típico: observándolo más de cerca, el supuesto monstruo resulta ser una criatura delicada. También es el caso de muchas construcciones brutalistas que se han calificado como «monstruos de hormigón». Revelan sus cualidades sublimes sólo a la segunda o tercera mirada. La iglesia de Santa Isabel era un ejemplo de este estilo arquitectónico: «bruto», de acuerdo con el principio de transparencia de la construcción; «depurado», en el sentido de no elitista, y «moderno e intransigente», con un gesto decisivo contra cualquier referencia histórica.
Las marcas exteriores verticales del encofrado hecho de tablones le dan al cuerpo del hormigón en bruto una textura que enfatiza el movimiento ascendente de la torre, como una reminiscencia del estilo gótico. Santa Isabel era una ‘niña’ de su tiempo, cuya atención se concentraba en lo esencial. La nave era un cuboide con techo plano. Además, tenía una torre independiente. Todo es muy pequeño, casi austero, sin ningún tipo de ornamentación. Sucedió que en 2006, la parroquia se mudó permanentemente a la cercana Iglesia de Santo Conrad y Santa Isabel se quedó desacralizada y permaneció vacía. Varios proyectos de reforma fracasaron antes de que la nave se transformara en un edificio residencial a raíz de un proyecto con el nombre estrafalario de ‘Church-Chill’. Se agregaron dos pisos a la estructura original y se conservaron en gran parte las fachadas oeste y este mientras que se crearon grandes aberturas en las otras dos.
Los apartamentos se vendieron en 2013 y uno fue adquirido por Gregor Disse, el hijo del propio arquitecto de la iglesia. Pero, ¿y la torre? No parecía interesar a nadie. Lo único que hicieron fue trasladar su campana llamada Cecilia, de 600 kg, y que hoy en día llama a los creyentes a la oración en la lejana Tanzania.
«Conservación de la belleza»
Poco después, en 2014, fue cuando Ingrid Maria Buron de Preser llegó, vio y se enamoró del campanario. Convenció al municipio y a las autoridades locales, así como a Gregor Disse y a la sociedad inmobiliaria que reconstruyó la nave, de lo importante que era conservar los monumentos históricos. A la población local le sedujo la idea y la arquitecta se puso a planificar, no dejándose llevar por el desánimo. Con su esposo, el fotógrafo Gerd Preser (quien murió en el verano de 2019) exploró la torre y la estudió para usos futuros, mientras consideraba el concepto en el que basaría la obra. La torre debía ser replanteada bajo el contexto para un nuevo uso, pero sin traicionar su idea original. La torre de Rainer Disse tenía que "revivir». Se trataba de la «conservación de la belleza». Éste fue el nombre que le dio Ingrid Maria Buron de Preser a su proyecto de transformación y reforma y que comenzó en agosto de 2018.
El cubo monolítico de 7x7 metros y 22 metros de altura no tenía ventanas. Apenas cuatro estrechas rendijas ofrecían a la oscuridad del interior del campanario (más concretamente, a lo que se podía llamar la ‘torre cívica’, en la parte superior) una luz crepuscular, con lo cual, era necesario ampliar esas rendijas.
Los otros cuatro pisos también debían tener ventanas. El ensanchamiento de las rendijas de luz para obtener ventanas de 40 centímetros de ancho que se extendían hasta el suelo fue un enorme desafío. Para ello, recurrieron a la empresa especializada Karlheinz Hug, ubicada cerca, en Simonswald. Se utilizaron hojas de sierra de diamante guiadas por rieles o portátiles, y se logró la hazaña de cortar estelas de 7,5 metros de altura, en una sola pieza, en los muros de hormigón bruto, y luego sacarlas a través del pequeño lucernario del techo de la torre cívica.
Gracias a una técnica prácticamente libre de vibraciones, los cortes pudieron hacerse con un grosor de pared de 65 centímetros sin tolerancia. El vecindario también se mostró tolerante durante los muchos días dedicados a los cortes de hormigón. Se informó personalmente a los residentes de la zona -quienes estaban encantados de que la torre se fuera a conservar- y éstos toleraron con paciencia el ruido, el polvo y los obstáculos de la callejuela. Incluso la escuela infantil contigua a la obra y las demás escuelas vecinas estuvieron involucradas en la idea que se quería transmitir: la construcción era un gran evento, también para los niños.
Otros industriales especializados colocaron ventanas (en algunas estancias realizaron el aislamiento interior), lijaron suelos, instalaron equipos eléctricos y sanitarios, etc. La situación se complicó a la hora de instalar las escaleras, cuyo hueco alteró las características estáticas de la torre y requirió medidas compensatorias en otros espacios.
La arquitectura como fuerza regeneradora
En la planta baja se ubica la capilla. Este espacio, el único que se utilizaba con regularidad en el pasado, sigue dominado por la piedra del altar, monolítica y sin ornamento. Hoy, la sala también consta de una mesa acogedora, una pequeña cocina abierta, un lavabo, el acceso a las escaleras y, a una altura de unos tres metros, se halla una estancia acondicionada a modo de nicho, como si fuera un decorado de teatro. Todo esto contrasta fuertemente con el aspecto rugoso de las paredes de hormigón en bruto y las baldosas de mármol de 1,5x1,5 metros del suelo.
Cada uno de los tres pisos que le siguen, incluyen un dormitorio de invitados de 40m2 ‘en alto’. Esto significa que el campanario de la iglesia, por el sur y por el este, está rodeado de árboles viejos muy altos y las ventanas de este dormitorio tienen vistas a ellos, por lo que uno se siente como en una cabaña enclavada en un árbol.
El equipamiento y el diseño de estos espacios aumentan aún más esta sensación. Las paredes están pintadas, algunas, por artistas y las habitaciones constan de unos pocos muebles seleccionados cuidadosamente, prestando gran atención a los «ejes visuales» que tienden hacia la vegetación, porque estas habitaciones pretenden ser lugares llenos de fuerza y energía, a modo de refugios para aquellas personas que quieran descansar o regenerarse. Son considerados espacios de estar y de trabajo temporales. Además, Ingrid Maria Buron de Preser piensa abrir la torre a todas las personas interesadas en la arquitectura y en el arte, en definitiva, en la belleza. El cubo de hormigón masivo debe convertirse, de esta manera, en un lugar ligero. Por su parte, la antigua capilla y la torre cívica estarán dedicadas a celebrar exposiciones, lecturas y recepciones.
La torre cívica con la chimenea Gyrofocus
La subida de 63 escalones del antiguo campanario de la iglesia parece un rito de iniciación. Desde la capilla, ubicada en la planta baja, uno sube las escaleras pasando por espacios naturales bordeados de árboles frondosos, hasta llegar a la cima donde se encuentra la sala del campanario, junto al cielo. Esta sala de dimensiones alargadas tiene una superficie de 6,5x6,5 metros y, desde su suelo de hormigón encerado hasta el techo hay otros ocho metros, potenciados más si cabe por el conducto de la chimenea central suspendida y abierta (Gyrofocus) que se muestra infinitamente largo. La sala ha mantenido su atmósfera sagrada e, instintivamente, uno habla en voz baja cuando se encuentra ahí. Aunque esté ubicada en la pared sur, la chimenea le da a la sala un foco central. Al igual que los cálices de fuego de los templos antiguos o la luz eterna en una catedral, la puesta en escena recuerda la relación entre el fuego y lo sagrado.
Ingrid Maria Buron de Preser ha escenificado muy conscientemente esta relación con la llama divina.
«Creo que tener un fuego abierto en casa es la esencia, es el comienzo de todo»
declara la arquitecta.
Para su adquisición, se dirigió a la empresa Benz Ofenbau, de Ohlsbach, que resultó ser un proveedor con conocimientos técnicos que entendió sus deseos a la perfección.
Así, el enigmático modelo Gyrofocus es una chimenea central con el fuego abierto y pivotante que se suspendió del techo con un conducto de 7,5 metros de altura. Las formas sensuales y curvas de la chimenea Focus contrastan con la austera arquitectura cúbica. Y el estricto uso de acero puro responde a la presencia del hormigón en bruto. Ambas interacciones demuestran claramente que el uso magistral de las formas complementa el uso hábil de los espacios. En otros tiempos, si bien la campana era un elemento central del uso sagrado del campanario de la iglesia, hoy, la chimenea es el centro del edificio profano. Y es que una chimenea Gyrofocus ya estaba en la mente de Ingrid Maria Buron de Preser cuando subió por primera vez por aquella escalera cubierta de excrementos de pájaros para alcanzar la torre cívica. A la arquitecta siempre le han encantado las creaciones del diseñador de chimeneas Dominique Imbert, quien vive fiel a «su visión y su pasión», combinando la artesanía, el arte y el diseño. Cuando finalmente se instaló y se encendió el primer fuego de la Gyrofocus, ella vio confirmada su idea: «Ninguna otra chimenea hubiera servido como Dios manda».
La remodelación del campanario rinde un impresionante homenaje al hormigón en bruto. Y ahora, todo está listo para dar la bienvenida a los amigos del arte y de la arquitectura, así como a los huéspedes, aunque todavía no se hayan completado todas las obras. Efectivamente, en el tejado plano se construirá una terraza con vegetación, abierta al público, y se podrá practicar la jardinería urbana en Friburgo, una idea en fase de proyecto.
Lo cierto es que, hoy por hoy, prevalece la tranquilidad de que la transformación de la torre haya sido un éxito y tal vez sea también el momento adecuado para pensar, no sólo en salvar a estos «monstruos de hormigón», sino también para volver a descubrir la filosofía de la que proceden: honestidad, solidaridad, orientación hacia un futuro mejor... Y quizás esté en Friburgo el símbolo apropiado para este cambio de pensamiento, porque la carta número 16 en el tarot se llama «La torre» y ésta simboliza «un cambio y un nuevo comienzo que va de la mano del conocimiento».