La fachada del nuevo edificio para el Kunstmuseum de Basilea es el resultado de la interactuación entre piedra y luz: un friso de tres metros de altura rodea el edificio a una altura de doce metros. Sus estrechas juntas horizontales crean un relieve sutil quedando en sombra cuando la luz del día incide sobre ellas. El friso de luz utiliza esta situación para efectos artísticos. Los LED blancos se fijan en las juntas de manera que no se pueden ver desde la calle para iluminar con precisión las ranuras especialmente formadas, de esta manera, la reflexión sobre los ladrillos de color claro del friso crea una luz indirecta y difusa que puede ser utilizada para mostrar textos y gráficos.
La forma sutil en la que el friso está animado por la luz permite a la fachada cambiar su carácter, pareciendo a veces más ya veces menos transparente, y sugiere diversas interacciones entre el interior del edificio y el espacio urbano circundante. Durante el día, el brillo de las uniones iluminadas corresponde a la de la luz del ambiente exterior. Ante el espectador emerge una obra poética de gran alcance de luces y sombras, que es fugaz y sin embargo parece ser tan sólida como la propia mampostería. A medida que la luz del día se desvanece, el friso se adapta a las nuevas condiciones ambientales, cada vez más radiante. Se crea la ilusión de que la mampostería es porosa, como si fuese a permitir que alguien pudiera ver el interior del edificio.
El friso de la luz se extiende a través de siete segmentos de la fachada y tiene una longitud total de 115 metros. Se compone de 40 juntas horizontales con 1306 píxeles cada una, que es por lo tanto equivalente a una resolución total de 1306 x 40 píxeles. El espaciado entre los LED individuales es de 22 mm, y los grupos de cuatro LEDs adyacentes definen cada pixel. Los sensores en el techo del edificio determinan la cantidad de luz que incide sobre cada uno de los segmentos individuales de la fachada con el fin de controlar el brillo de los LEDs.