El compromiso con lo artesanal se da con el uso de un patrón que juega un papel principal en el proyecto, a través de las diversas calidades materiales y constructivas que dotan de identidad al edificio. Las piezas cerámicas de distintos tamaños y cualidades, junto con las verjas artesanales crean un ambiente a partir de los brillos y reflejos, de matices, de texturas y tonos, en busca de las huellas indelebles de la arquitectura.
Descripción del proyecto por KAUH
Situado en un barrio construido en la segunda mitad del siglo XX, entre el centro histórico y la playa, este edificio es el resultado de trabajar con el contexto, un ejercicio de integración y cuestionamiento de las espacialidades, ambientes y modos de habitar del lugar. Interpretamos libremente la arquitectura de Conil, la vernácula que pervive, la que persiste en nuestra memoria y la que está por llegar.
A partir del patio, se experimenta con la tipología para asemejar la residencia temporal a la idea de casa, en la que la fluidez y la relajación de los límites dentro/fuera construyan las relaciones espaciales y ambientales. Así, se potencia el uso y disfrute de las estancias exteriores como espacios compartidos —patios, galerías y azotea. El tránsito del exterior al interior y la secuencia de espacios libres organizan la distribución del edificio, ofreciendo al recorrerlo un espacio continuo en sección, desde la calle, desde donde se transparenta el interior, al zaguán, desde el patio hasta la azotea donde el edificio se vuelve aire y participa del denso paisaje de las cubiertas. Estas estancias exteriores se ponen en relación con los ocho alojamientos, seis estudios y dos apartamentos, concebidos como espacios amables, en los cuales, el usuario, según su apetencia, y mediante el uso de varios textiles, puede controlar los grados de transparencia, desde la exposición total al aislamiento y refugio.
La pieza urbana se proporciona para adaptarse a la escala doméstica del barrio, materializándose esencialmente como un volumen de planos blancos tersos y recortados que encaja con las edificaciones vecinas, y subrayando su identidad en la potente curvatura de su chaflán. Esta curva, en una versión más rotunda, recupera un recurso que cayó en desuso de los primeros edificios construidos en el barrio.
En un compromiso con lo artesanal, el uso de un patrón, que es universal y abierto a interpretaciones—escama, ola, teja, abanico u hoja, juega un papel principal con las diversas calidades materiales y constructivas que dotan de identidad al edificio. Piezas cerámicas de distintos tamaños y cualidades, junto con las verjas artesanales —manufacturadas por un herrero local, juegan a crear un mundo de experiencias a partir de los brillos y reflejos, de la luz y la sombra, de los matices de texturas y tonos, sobre los planos rectos y las curvas, en busca de las marcas indelebles de la arquitectura de estas latitudes. Así, las infinitas posibilidades del color blanco fundidas con la poderosa luz del Atlántico gaditano proyectadas sobre sobrios volúmenes, enfatizan todo lo que este edificio quiere ser y aportar.
El trabajo ha sido un encargo de obra total, llevando la concepción de la obra hasta el nivel de detalle a través del diseño específico de elementos de mobiliario y textiles, la jardinería e incluso incorporado piezas artísticas específicas. Desde la fuente y la frescura vegetal del patio al jardín arquitectónico de la azotea, desde los muebles a medida que mezclan madera, metal y mármol, a la colección de postales originales de los años 60 y 70 y el set de telas de referencias playeras, se construye un universo de experiencias para el usuario. De entre todos es¬tos elementos que acompañan a la arquitectura, destaca la serie de piezas artísticas realizadas exprofeso por el ceramista Enrique Carrillo, cuatro platos, que entre el souvenir y la epigrafía ponen palabras a las ideas del edificio con conocidos versos de la luz de Cádiz.