
Guiado por un criterio de racionalidad y economía de medios, el proyecto llevado a cabo por Elisa Varelo Arquitectura acepta la belleza imperfecta de lo existente y se adapta a trabajar en condiciones de escasez. Los muros de contención primitivos se respetan, siendo solamente reforzados en la planta baja, mientras que las vigas de madera previas son ingeniosamente reutilizadas como bancos del jardín.
A modo de pequeño aporte a la lucha contra el cambio climático, la vivienda incorpora diferentes alternativas de espacios verdes al aire libre que contribuyen a bajar la temperatura y reducir el efecto de isla de calor de la ciudad. Como un refugio donde escapar de la acelerada vida de la ciudad, la rehabilitación estimula un estrecho contacto con la naturaleza, integrando a la propuesta una pequeña alberca que recoge el agua de lluvia y sirve de piscina para refrescarse en verano, y un huerto ubicado en el bancal más alto de la parcela.
Preservando la belleza del planeta y del territorio, la rehabilitación se posiciona como una reflexión acerca de una nueva cultura del habitar que reclama, frente a un momento repleto de situaciones caóticas, una mayor conciencia medioambiental.

Una casa invisible en el Realejo por Elisa Varelo Arquitectura. Fotografía por Fernando Alda Fotógrafo.
Descripción del proyecto por Elisa Varelo Arquitectura
En el corazón del Barrio del Realejo, se rehabilita una casa entre medianeras en la colina del Mauror, al pie de la Alhambra. Orientada al suroeste, la casa se acomoda a la topografía. Los antiguos muros de contención permiten salvar un desnivel de diez metros y va creciendo a medida que asciende la ladera.
La calle parra de San Cecilio, situada detrás de la primera parroquia la ciudad de la que recibe su nombre no tiene acceso rodado, se accede por escaleras y sólo tiene casas con números impares. La fachada blanca del número once es una más, con huecos regulares, alero y nada que la distinga del resto excepto la ausencia de ornamento.

Esta obra es la materialización de un posicionamiento ético, «Menos es mejor» que procura reducir la huella ecológica de forma sensata. La consciencia medioambiental reclama una nueva cultura del habitar y el cambio urgente que se precisa no es tarea de unos pocos. Todos los que habitamos este pequeño planeta somos responsables de construir un mundo mejor.
Margarita Yourcenar escribió en su libro Memorias de Adriano que «cada persona está eternamente obligada, en el curso de su breve vida, a elegir entre la esperanza inagotable y la prudente desesperanza». En una época llena de situaciones caóticas: crisis ambientales, una pandemia global, desastres ecológicos, incendios, erupciones volcánicas y guerras, parece difícil aferrarse a la esperanza. Quienes la eligen pronto descubren que en ella reside una gran belleza, que se convierte en su aliada en estos tiempos difíciles que vivimos. Tiempos en los que la arquitectura está llamada a ser poesía épica.

En esta casa se pretende reducir la generación de basura, reciclar, reusar, recuperar, no derrochar, aceptar lo existente, adaptarse a trabajar en condiciones de escasez. Eliminando cualquier gesto superfluo acepta la invisibilidad y prefiere, a todas las escalas, preservar la belleza del planeta, del territorio, a implantar la suya propia.
Se construye sobre lo existente, destruyendo lo menos posible y construyendo lo menos posible. Los muros de contención primitivos se respetan, reforzándolos tan solo en la planta baja, por las malas condiciones y la exigencia estructural del mismo.

Una rehabilitación guiada por un criterio de racionalidad y economía de medios que acepta la belleza imperfecta de lo existente y no repara en reutilizar materiales. Así ocurre con las vigas de madera que se convierten en bancos del jardín, con la pieza de mármol desechada en cantera que empotrada en el muro sirve de mesa y bebedero de pájaros.
Se eligen materiales naturales y simples, los menos posibles, madera, mármol de las canteras cercanas de Macael y como protagonista la luz de Granada.

A excepción de la primera crujía de teja árabe, como es tradición y norma en el centro histórico de Granada, el resto de la parcela se convierte en zona verde, con un sistema que reutiliza las aguas de las duchas para garantizar el riego de huerto y jardín incluso en los meses de verano sin consumo extra de agua.
Las cubiertas vegetales permiten hacer vida al aire libre y contacto con la naturaleza y ofrecen una alternativa a la velocidad y el ruido de la ciudad. Una pequeña alberca que recoge el agua de lluvia sirve de piscina para refrescarse en verano.

El huerto en el bancal más alto de la parcela goza de magnífico soleamiento y vistas sobre la ciudad y Sierra Nevada. En cada uno de los niveles del jardín se ha plantado un árbol, un magnolio, un limonero y un granado. Una parra y una buganvilla existentes completan el conjunto.
Las zonas verdes regadas con agua reciclada contribuyen a bajar la temperatura y reducir el efecto de isla de calor de la ciudad. Una pequeña y concreta aportación a la lucha contra el cambio climático.