Sostenido desde el techo por dos cables de acero, un puente de acero cor-ten sirve como entrada a la sala de degustación y como plataforma de observación, mirando hacia los barriles situados debajo.
Contenidas en un solo volumen, una cocina de vidrio y acero inoxidable sirve el área de estar, revestida con tableros de MDF negro y acero corten. Una gran ventana enmarca una vista al entorno natural, mientras que tres tragaluces llenan el espacio de luz natural.
Descripción del proyecto por raul sanchez architects
El Espai Saó, junto a la Gallery House, forma parte de un conjunto de intervenciones llevadas a cabo para la bodega Mas Blanch i Jové, situada en el pequeño pueblo de La Pobla de Cérvoles, en Lérida.
Este nuevo espacio, construido en el interior de la gran nave de producción de vino, da respuesta a la creciente demanda de eventos que se está generando en la bodega, para los que la anterior sala de catas se había quedado pequeña.
La posición estaba delimitada de antemano por el espacio ocupable en la sala de producción y por la necesaria conexión con la anterior sala de catas, resultando un rectángulo en planta de 21 metros de largo y 6 metros de ancho, recorriendo toda la anchura de la nave, y elevado sobre la zona de trabajo a modo de altillo. La conexión con la anterior sala de catas se realiza mediante un puente, de holgadas dimensiones, que vuela colgado de un par de cables sobre la sala de barricas, para servir de mirador de la misma, protagonizada por un extensísimo mural de Gerardo Iglesias que cubre todas las paredes de la sala.
Este puente se proyecta como pura construcción, realizado en su totalidad con acero-corten, a modo de ensamblaje de vigas y planchas, cediendo así el protagonismo a la propia sala y al gran mural. El recurso al acero cor-ten hace referencia a un material predilecto de la bodega: por un lado, el pasado de herrero del propietario, y por otro lado, un material omnipresente en las esculturas y obras que Josep Guinovart, reconocido artista íntimo amigo de los propietarios, realizó a lo largo de su vida para esta bodega.
La flexibilidad exigida al espacio pasaba por funcionar como sala de catas y eventos, restaurante, y sala de exposiciones. Esta flexibilidad se traduce en una división en la sección transversal de la sala: una franja de 1.60 metros de anchura recorre la sala de punta a punta, iluminada por tres lucernarios, ocupando toda la altura libre disponible, y recubriendo sus paredes de blanco, pensada para servir como espacio expositivo; una segunda franja de 4.80 metros de anchura es ocupada por la sala de eventos y catas, sobre la que se desarrolla un espacioso falso techo donde discurren todas las máquinas, conductos, luminarias…
El salto de sección en el falso techo se aprovecha para instalar las luminarias que iluminarán la pared de exposición y las rejillas del sistema de climatización. En una punta, la cocina remata esta segunda franja.
Todo es un único espacio, a excepción del obligado cerramiento de la cocina, pero los dos usos principales se definen por un juego dialéctico de texturas y materiales: la zona de eventos se recubre en paredes y techos de tableros de MDF coloreados en masa, de color negro, modulados con junta separada recorrida por chapas de acero cor-ten que establecen una velada relación con el mismo material usado por Guinovart al otro lado del muro en la antigua sala de catas; la zona de exposición se recubre de blanco. El pavimento es el mismo, pero un ligero cambio de color marca una línea de separación entre ambas franjas, alineada con el salto de altura del techo.
La cocina se ha proyectado con criterios y materiales industriales, y el cerramiento de módulos de acero inoxidable cepillado desdibuja los ejes dominantes de la sala para introducir movimiento a través de bandas inclinadas que conectan los distintos módulos alternando dos tipos de vidrio distintos.
Al otro lado de la sala, se recortó un hueco apaisado sobre el muro pantalla de hormigón, destinado a mostrar el impresionante paisaje, a modo de lienzo vivo, enmarcado en chapas de acero cor-ten.
Hacia la sala de producción, criterios de limpieza y mantenimiento condujeron la solución a una fachada de planchas modulares de aluminio con acabado directo. La fachada interior se interrumpe a la altura donde las vigas de hormigón de la nave entran en el nuevo espacio, generando también en fachada dos órdenes en altura, y una mayor claridad compositiva. Una única ventana, de forma alargada, conecta el interior con la sala de producción, situada estratégicamente para mostrar la obra El Cant de l’Hortolà, del artista Esteve Casanovas, que cuelga del techo de la nave, iluminada mediante ‘La Coreografía’, del coreógrafo del Liceu Josepe Gil.
El mobiliario, formado por mesas y sillas todas de madera maciza de roble, ofrece un contrapunto natural a un interior que se pretende más frío.