Sus palabras habrían sido transcritas por un discípulo desconocido, y traducidas así, en el capítulo dieciocho:
«Saliendo del vacío – imperfección y coagulación del futuro, «Nan Shan nos ha dicho: ¡Jardineros! Cuando emprendemos la creación de un jardín, el caso más difícil es el de un terreno llano y vacío, un terreno como en estado de abstracción, la hoja blanca de un plan existente. Si miras la tierra vacía como si estuviera vacía, el jardín nunca podrá llegar a existir. […]
Sin una imperfección inicial, la realización no tiene nada a qué recurrir. Se dice que el agua tranquila y pura, sin un grano de polvo, puede congelarse repentinamente, en un chasquido de dedos. La pura perfección recogida en sí misma no permite el advenir […]
Es siempre a través de alguna imperfección a través de la que el hombre puede emprender el camino.
Sin una imperfección inicial, la realización no tiene nada a qué recurrir. Se dice que el agua tranquila y pura, sin un grano de polvo, puede congelarse repentinamente, en un chasquido de dedos. La pura perfección recogida en sí misma no permite el advenir […]
Es siempre a través de alguna imperfección a través de la que el hombre puede emprender el camino.
The Dark Line por Michèle & Miquel y dA VISION DESIGN. Fotografía por LU Yu-Jui.
El maestro jardinero visita el lugar del futuro jardín y regresará posteriormente. Observa el curso del sol, las luces y las sombras en diferentes horas del día, en diferentes estaciones, mira a lo lejos, escucha el mugir del ganado subiendo las llanuras, a veces el sonido de una campana. Se perfuma con la atmósfera del lugar y observa en su interior cómo va tomando forma el sueño del jardín, tejido a partir del recuerdo de pinturas, poemas, la memoria de jardines y paisajes grandiosos. Enfoca su deseo sintonizándolo con lo que es, adaptándolo a su saber hacer.
Observa tal vez una ligera pendiente, el sentido del flujo del agua. Toma medidas. Allí, desde los edificios, un antiguo camino apenas visible que se dirige hacia un pozo, bordeando un viejo tocón, emerge un paisaje a partir de la sombra de un antiguo uso o de una leyenda. Poco a poco, pabellones, estanques, montañas, rocallas se van instalando en un espacio imaginario proyectado sobre el lugar. El jardín ya está concebido en el espíritu, el jardín ya ha salido del vacío».
Observa tal vez una ligera pendiente, el sentido del flujo del agua. Toma medidas. Allí, desde los edificios, un antiguo camino apenas visible que se dirige hacia un pozo, bordeando un viejo tocón, emerge un paisaje a partir de la sombra de un antiguo uso o de una leyenda. Poco a poco, pabellones, estanques, montañas, rocallas se van instalando en un espacio imaginario proyectado sobre el lugar. El jardín ya está concebido en el espíritu, el jardín ya ha salido del vacío».
Taiwán Kinmen. Fotografía por Michèle & Miquel.
Sin embargo, cuando se tiene la suerte de disponer de un terreno de relieve diferenciado, con una amplia gama de espacios abiertos y luminosos, o estrechos y umbríos, aun así, hay que saber leer las huellas que han dejado los hombres. Cómo lo habitaron. Cómo después de mucho tiempo se han plegado a las exigencias del paisaje, a sus dificultades y a sus recursos. Cómo lo hicieron con él y no contra él. Cómo le sacaron partido. Cómo lo han admirado y hasta reverenciado a veces, en sus cimas, en sus fuentes, en sus barrancos. Cómo su ya insaciable curiosidad ha trazado caminos, igual que los del cazador, igual que los caminos de las bestias que se dicen salvajes, condensando gran cantidad de conocimiento, sabiduría, trucos acumulados a lo largo de siglos de experiencias, de fracasos, de nuevos intentos, de éxitos. Son ya una memoria escrita en la superficie misma de la tierra. Quien sepa leer, los leerá.
Pasa el tiempo, pasan las épocas, pasa la gente y sus brutalidades. ¿Deberíamos, sin embargo, negar que así ha sido? Que las huellas de su lógica o de su locura están ahí, a nuestros pies. Aunque sea poco probable que desaparezcan. Aunque las causas que las generaron, que marcaron el rumbo de estos nuevos caminos, estén obsoletas. Peor aún, que estas razones vayan en contra de nuestras decisiones, de nuestros actuales sueños.
Gavarnie. Huellas del viento sobre el hielo. Fotografía por Michèle & Miquel.
Porque la característica de nuestros gestos y de las huellas que dejan en la superficie del mundo, es sin duda la de no encerrarse en sí mismos, la de ser portadores de significados incontrolables, involuntarios, impredecibles, que van más allá de la intención inicial y de la utilidad funcional que los justificó.
Cuando tomo un estrecho sendero, un sendero de nada, tan frágil, que tal vez podría desaparecer por falta de uso, que se podría desvanecer, ¿cómo puedo imaginar que en realidad me está contando una historia larga y compleja, que es una Odisea, sencilla y modesta, que sin embargo me canta las bellezas del paisaje, que escogieron mis antepasados, los ritmos de la marcha, los ensueños y los deseos que los acompañaron? Solo lo entenderé, lo sabré con certeza, sólo en el momento en que el camino desemboque en una fuente, en un vado, en un paso, en alguna piedra especial, allí levantada, en un monumento megalítico, una construcción humana que parece buscar ansiosamente su función, lo que la hizo tangible.
Taiwán. Línea del camino Alishan. Fotografía por Michèle & Miquel.
Entonces me hundiré en el abismo de mis pensamientos, de mis ensueños: para volver a ver este camino a través de los ojos de quienes lo trazaron, de quienes lo quisieron, de quienes lo utilizaron. No sólo mis antepasados de una época determinada, porque me encantaría más que otras, sino de todas estas épocas superpuestas, en la que cada una tenía una mirada diferente, un deseo diferente, una estrategia diferente para superar obstáculos, barrancos y pasos, y medios diferentes para hacerlo, más o menos flexibles, ingeniosos o violentos. El paisaje ya no es un mapa, sino un libro con múltiples páginas que hojeo en todas direcciones, yendo, volviendo, soñando, maravillándome, a veces doliéndome, cuestionándome, siempre asombrado por todas estas existencias grabadas en la superficie del paisaje.
Hacer un proyecto, me parece, es saber leer y descifrar esta página que parecía blanca o gris con tantos garabatos, este manuscrito borrado, casi indescifrable, este palimpsesto con signos cabalísticos, que sin embargo ocultaba toda la memoria del mundo.
Taiwán. Línea de ruta Sandiaoling. Fotografía por Michèle & Miquel.
Después logro compartir, aceptar, y entonces siento todo lo que el paisaje le hace al arquitecto.
Leer y aceptar el lugar, sus componentes, incluso más aun, el tiempo. El de los meteoros, las lluvias y los tifones que siempre lo han moldeado y lo seguirán haciendo. El de las plantas, la vegetación y la fauna, animales que también se adaptan a los lugares, dejando su huella. Al igual que los hombres y las sociedades han dejado la suya a lo largo de los siglos, según sus modos de producción, de la explotación de los materiales de los que está hecho el mundo. Minerales y recursos, pastos y torrentes, exuberantes plantas tropicales, deslumbrantes fuerzas vitales.
Para ello se requiere una nueva inventiva, que toma materiales simples, básicos, esenciales, a mínima, para darles justo lo necesario de forma y, deslizarlos en este lugar complejo, discretamente. Sin ocultarlo jamás sino al contrario dándolo a ver, o dejarlo al menos adivinar, casi en transparencia. Revelar la materia, tal como el lugar los ofrece, a su manera. Agua y limos, tierra y luces, aire y vientos, rocas carbonatadas o férricas, poéticas bachelardianas del mundo.
Taiwán. Línea ferroviaria Alishan. Fotografía por Michèle & Miquel.
Incluso decir lo que no es, lo que ya no es. El camino ausente o desaparecido que hay que reinventar. Decir lo lleno, decir lo vacío. El vacío vertiginoso y los acantilados en cascada.
Economía de medios. Formas suaves que emergen de la lenta curvatura de un elemento de base, simple, repetido infinitamente, casi idéntico, pero curvándose en ínfimos ángulos para adaptarse al paisaje. Como estas notas, breves, pero continuamente desgranadas y moduladas, compuestas en subidas melódicas, en inversiones, en deslizamientos armónicos, nos llevan a un largo latido, a un viaje sinfónico, la pastoral de un paisaje trans-histórico. ¿Cómo tan pocas notas, cinco, ocho o doce, pueden unirse en un rico recorrido, diverso, inesperado, en una narración de sorpresas?
Es un poco como la teoría de la limitación en literatura, en todos los campos del arte y de la estética, teoría tan bien expresada por el Oulipo [el famoso «taller de literatura potencial» que ilustró la obra de Georges Perec]. Más que una supuesta libertad total del espíritu creativo, inspirado por musas misteriosas, es el genio inventivo y poético, estimulado por la restricción, por la pregunta planteada como desafío, por la limitación de los medios, cuando nace la invención sensible, llena de sentido en estrecha correspondencia con la forma ofrecida.
Texto por Philippe Bonnin