Es cierto que el debate sobre la destrucción del patrimonio contemporáneo es un debate por abrir, pero también es cierto que nuestro país se encuentra entre los países con mayor número de edificios declarados Patrimonio de la Humanidad. Sin embargo, si centramos el debate en la modernidad recordaría las palabras de Rem Koolhaas comentando con acierto que «A través de nuestro respeto por el pasado, el patrimonio es cada vez más la metáfora dominante de nuestras vidas hoy en día, una situación que llamamos Cronocaos». (Bienal de Venecia de 2010). Aspecto en el que insistía cuando presentaba como comisario la misma Bienal en 2014, aventurando que si en los pasados siglos hubiésemos destruido el patrimonio al mismo ritmo que en la actualidad no tendríamos restos de Arquitectura.
Con esta situación de bicefalia, de cuidar sí, pero sabiendo lo que cuidamos, conviene conocer un poco más.
Un breve repaso por la obra del autor de este proyecto nos permite recordar, no sin cierta ironía, cómo Francisco Alonso ha sido bautizado por algunos como el «constructor de ruinas», y no sin gran parte de razón sus realizaciones podrían ser consideradas, fuera de la mítica con la que algunos han querido adornarlas, como el resultado de un hacedor de ruinas.
Zapatería-galería brutalista por Paco Alonso. Fotografía por Javier de Paz García.
Zapatería-galería brutalista por Paco Alonso. Fotografía por Javier de Paz García.
Como preludio de esta obra se encuentra una vivienda, también inacabada, en Puerta de Hierro, de 1986, con una fachada cubierta con unas piedras de granito de más de tres toneladas, que exigió un sistema de anclaje especial, y obra, en la que Alonso duplicó, triplicó… el presupuesto, y se cuenta que prácticamente dejó a sus dueños en bancarrota.
A esta vivienda siguió la popularmente conocida como zapatería, obra encargada en 1986 y desarrollada durante tres años para el empresario Manuel Losada, quien en realidad había solicitado una brillante galería en la que exponer sus colecciones de zapatos, en un espacio de unos doscientos metros cuadrados en dos plantas y en la que Paco Alonso trabajó nuevamente con grandes piedras, ónix verde de Irán, mármoles negros de Calatorao, travertino rojo de Almería, un suelo realizado con tacos de madera de iroko o cristales de transparencia extrema. La tienda, o más bien galería, nunca fue inaugurada, sencillamente por no haber obtenido licencia de apertura, o quizá por no haberla solicitado nunca, al no existir proyecto. Durante un cuarto de siglo permaneció tapiada con tablones hasta que en 2016 fue utilizada temporalmente como sala de exposiciones de trabajos de estudiantes de arquitectura.
Con esta situación de bicefalia, de cuidar sí, pero sabiendo lo que cuidamos, conviene conocer un poco más.
Un breve repaso por la obra del autor de este proyecto nos permite recordar, no sin cierta ironía, cómo Francisco Alonso ha sido bautizado por algunos como el «constructor de ruinas», y no sin gran parte de razón sus realizaciones podrían ser consideradas, fuera de la mítica con la que algunos han querido adornarlas, como el resultado de un hacedor de ruinas.
Zapatería-galería brutalista por Paco Alonso. Fotografía por Javier de Paz García.
Zapatería-galería brutalista por Paco Alonso. Fotografía por Javier de Paz García.
Como preludio de esta obra se encuentra una vivienda, también inacabada, en Puerta de Hierro, de 1986, con una fachada cubierta con unas piedras de granito de más de tres toneladas, que exigió un sistema de anclaje especial, y obra, en la que Alonso duplicó, triplicó… el presupuesto, y se cuenta que prácticamente dejó a sus dueños en bancarrota.
A esta vivienda siguió la popularmente conocida como zapatería, obra encargada en 1986 y desarrollada durante tres años para el empresario Manuel Losada, quien en realidad había solicitado una brillante galería en la que exponer sus colecciones de zapatos, en un espacio de unos doscientos metros cuadrados en dos plantas y en la que Paco Alonso trabajó nuevamente con grandes piedras, ónix verde de Irán, mármoles negros de Calatorao, travertino rojo de Almería, un suelo realizado con tacos de madera de iroko o cristales de transparencia extrema. La tienda, o más bien galería, nunca fue inaugurada, sencillamente por no haber obtenido licencia de apertura, o quizá por no haberla solicitado nunca, al no existir proyecto. Durante un cuarto de siglo permaneció tapiada con tablones hasta que en 2016 fue utilizada temporalmente como sala de exposiciones de trabajos de estudiantes de arquitectura.
Si la reconstrucción del pabellón de Mies van der Rohe años antes se había convertido en la búsqueda de Jasón por el vellocino de oro para encontrar aquel muro de ónix imposible (finalmente hallado en la cantera original), la realización de esta galería-Zapatería parecería querer replicar aquella épica exposición de piedras, pero en este caso convirtiéndose en la exageración amanerada de un muestrario de lujosas rocas.
A aquellas obras, sin terminar, seguiría una tercera igualmente inacabada, la casa de la cultura de El Molar, de 1994 (en realidad un conjunto monumental con tres piezas, una plaza de toros, un centro energético y una casa de la cultura), en la que los más discretos reconocen que la obra está entre la paranoia y la supuesta genialidad, donde se utilizan pilonos de 20 toneladas, o sistemas constructivos incluso difíciles de aplicar para su tiempo, quedando finalmente reducida la construcción del proyecto (y tras agotarse el presupuesto público), a la cimentación de uno de los edificios y seis pilonos gigantes.
Zapatería-galería brutalista por Paco Alonso. Fotografía por Javier de Paz García.
Zapatería-galería brutalista por Paco Alonso. Fotografía por Javier de Paz García.
Con un contexto así, en septiembre me propuse contar una historia alternativa. Las imágenes tardaron en llegar y decidí esperar a que el tiempo mitigase el acaloramiento surgido. El 21 de diciembre con la llegada oficial del invierno, el sofoco parecía mitigarse, enfriándose todos los dramatismos con el anuncio del Ayuntamiento de Madrid: «El Ayuntamiento blindará la fachada y el interior del local del arquitecto Francisco Alonso de Santos en la calle Jorge Juan». Una declaración, para cualquiera que conozca la normativa, que no deja de ser más que un brindis al sol, al estar vinculado su texto a las interpretaciones subjetivas de quien aplique la difusa normativa.
A partir de aquí, su autor, Francisco Alonso, parecía renacer de su olvido en el tiempo invitado a dar alguna conferencia y a explicar su obra en publicaciones (de las que eufemísticamente se resaltaba que el autor es esquivo a las mismas), empeñadas en apuntalar un icono onírico.
El unicornio de la «obra verdadera» continuaba apuntalándose en una entrevista reciente, comparando la obra de la zapatería con la joyería Tiffany & Co mitificada popularmente por la conocida película Breakfast at Tiffany’s ( o rebautizada en España como Desayuno con diamantes), situada entre las calles 49 y 60 de la gran manzana, en el 727 de la Quinta Avenida de Nueva York, entrevista en la que el entrevistado Francisco Alonso, sin rubor, recordaba a su entrevistador que la joyería había sido seleccionada por la Biblioteca del Congreso de EE. UU. en el Registro Nacional del Cine como monumento nacional, cultural, histórico y estéticamente memorable. Obviamente ante tal presentación, al lector solo le queda la opción de preguntarse ¿cómo es posible que todavía no haya ocurrido lo mismo con la zapatería de Paco?
Una de las primeras veces que oí hablar, en corto, de Francisco Alonso fue a uno de sus compañeros, Alfonso Valdés, con quien formaba el equipo de jóvenes arquitectos creado por Francisco Javier Sainz de Oíza para el concurso de la torre del Banco Bilbao en Azca. Valdés me comentaba cómo Oíza anunció que si ganaban el concurso despediría a todos los participantes, y me lo justificaba por los intentos de algunos de atribuirse la autoría de las ideas del proyecto. Fuese cierto o no, posteriormente conocí a uno de los arquitectos, que tras ganar Oíza el concurso sustituyó a aquel grupo inicial por otro integrado por jóvenes arquitectos de la misma quinta entre quienes se encontraba Daniel Zarza.
Las palabras de Valdés, que ya he comentado alguna vez, volvían a reproducirse en el eco del tiempo, cuando inteligentemente señalaban recientemente, en su mirada «al rey desnudo», en un artículo, José María Echarte y David García-Asenjo que se mirase con equidad a la obra y su autor, «al menos tratar de no categorizar en estos términos a quien ha mostrado un claro desdén, siempre que ha encontrado el lugar, por los profesionales con los que ha trabajado; por los que le han acogido, apropiándose en algunos casos de los logros de obras fruto del trabajo en común; y por los que eran sus compañeros, situándose un peldaño por encima de ellos y menospreciando una aportación que ha conseguido llevar a buen puerto complejos proyectos de arquitectura»
Aquella fue una generación de arquitectos formada bajo el mito de los grandes maestros de la segunda mitad del siglo XX y a los que intentaron emular y superar, alguno de ellos mediante la hipérbole, en años en los que la realidad, o ausencia de mecenas faraónicos, impidió desde una cotidianidad más pragmática aquellas realizaciones.
La necesidad de redefinición de los elementos que crean la Arquitectura en nuestra contemporaneidad, plantea la necesidad de mirar a nuestro pasado inmediato para revitalizarlo, conservarlo, reutilizarlo y descubrir su capacidad de resiliencia, en un contexto que no admite seguir realizando arquitecturas trasladando materiales desde el otro confín del mundo, generando una insoportable huella de carbono.
La arquitectura es una profesión que no necesita, ni historias mitificadas ajenas a la realidad, ni adoración de personajes heroicamente malditos, sino la realidad desnuda y prosaica de hacedores de arquitectura para la sociedad, en la que los arquitectos desarrollamos la actividad para la que nos han formado.